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lunes, 13 de septiembre de 2010

[...]


...
-La princesa no tenía un dragón, no existen.
-¿Segura? Yo vi uno, pasó volando hace dos días.
-No mientas, que si seguís así vas a ser pinocho.
-¿Pinocho? A ese no lo conoce nadie.
-¿No lo conoces? No entiendo que clase de vida llevas, no corres, no coses, ni gritas en violeta.
-¿Gritar en violeta? Pero, no sé como se hace eso.
-Tendrías que saberlo, todos sabemos.
-¿Sabes imaginar colores?
-Me pregunto que clases de delirios padeces ¿Imaginar colores? Voy a tener que hablar con tu prima segunda, ella sabrá que hacer.
-Yo si se hacerlo, y me enseñó Flora.
-¿Flora?
-Si, mira.
El niño se agachó para luego internarse bajo su cama. Luego de unos cuantos minutos, este salió lleno de harina y con un baúl de lana en sus manos.
-Acá tengo muchos colores, y fotos también, mira.
Rebuscando en aquel baúl, el niño saco tres retazos de tela, grabados con varias pintorescas escenas.
-¿Vez? Esta es Flora, ella me ayuda a imaginar colores. Tiene tres trenzas y dos corazones.
En la tela, se veía claramente la imagen de una mujer de unos 25 años. Su pelo caoba caía lacio por su espalda, y aquellas tres trenzas mencionadas por Luca destacaban por ser blancas. Sus ojos negros tenían un brillo especial.
-Dos corazones... dos corazones. Yo también solía tenerlos.
-Todos nacemos con dos corazones, lo curioso es que el segundo muere, generalmente, a los 15 años. Por eso yo lo sigo teniendo.
-Si, agobiante.
Clara buscó en su pecho, y recordó esa hermosa sensación que solía consumirla cuando su segundo corazón, llenaba aquel espacio.
-¿Para qué lo usabas?
Luca miró sus ojos grises y, al hacerlo, se arrepintió haber formulado aquella pregunta.
-Por lo general...lo usaba para jugar con Zoe, duró bastante, o eso creo yo. Era una niña muy escurridiza, cantaba todo el día y solía comer muchas rosas, eran sus favoritas.
-La extrañas.
-Mucho.
Su segundo corazón había vivido por Zoe y, también, había muerto por ella.
Unos tiernos bucles del color de las frezas le hacían compañía a una tierna carita esculpida en porcelana fría. Sus ojos grises, iguales a los de su madre, vivían para hacer brillar el sol, y este, brillaba solo por ellos.
-Siempre me pregunté por que no la seguiste.
Luca se sentía cada vez más curioso, pero sabía que debía parar, no quería verla derramar vino.
-Así lo quiso ella, y así será. Cada uno tiene su tiempo para transitar por aquel campo de lirios, y ese, no era el mío.
Luca, grita en violeta, la vida será más fácil si lo haces.
[...]

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