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martes, 8 de junio de 2010

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Me llevaste hacia donde los senderos no tienen fin y me alentaste a seguir caminando aún cuando el bosque pedía a gritos que no entráramos en el. Oscuridad. Siempre te sentiste dueño de ella, pero en realidad nunca fuiste capaz de tolerarla. "No grites, no llores, no sufras" Me agarraste de la mano y caminaste conmigo a través de las sombras. Las raíces de los árboles arañaban tu alma, rasgaban tu fe, pero no lo notabas, estabas convencido de no tener alma, de no tener fe... "No temas" me susurraste al oído con el último aliento que quedaba de tu verdadero ser, porque luego me habló él. "Tu cielo siempre será negro, tu sol caerá, y con el caerá tu esencia". Toqué con mis manos la última ráfaga de viento que se desprendió de tu cuerpo, pero de todas formas seguimos caminando con vendas en los ojos y sangre en nuestras manos, recordatorio de todo lo que vivimos, de todo lo que matamos. Él me miró a los ojos y se sintió libre de atarme a su desgracia. "Lo siento" dejabas escapar cada tanto. "Jamás volveré a ver, me gusta lo incierto" y con ello cerraste trato con tu infierno personal.
Fui la espina de tu rosa predilecta y me clavaste en cada planta de aquel inmenso jardín por el que transitamos juntos. Con cada una de tus caricias mi espíritu se tornaba más gris, con cada una de tus caricias mi cuerpo moría. Me viste ahí, suplicando piedad a tus pies, siendo victima de mi conciencia, atormentándome por la moral. Me diste la mano, aquella con la que me diste amor, aquella con la que me diste muerte. "Caminemos".
Los animales corrían, eufóricos, silenciosos... nosotros traíamos desesperanza a aquel territorio. Nadie nos comprendía, nadie se nos acercaba, nadie quería salvarnos de nosotros mismos, nadie nos amaba. Él seguía en pié, me arrastró por la tormenta aún con mis rodillas vencidas. Pedí a gritos que volvieras a mí, pero eras oro para él, no te dejaría ir tan fácil. Te necesitaba para sentirse útil, te necesitaba... para destruirte.
Los caminos se fueron abriendo, tan solo quedaban dos. Te arrastre con la poca fuerza que quedaba en mi ser hacia la luz, pero luchaste para irte con el... lo odiabas, lo despreciabas, tristemente era lo único que conocías. Lo miré, te miré y te rogué con el alma que volvieras a mi, que no tientes más al destino, que no remuevas la tierra y no claves más espinas, que olvides el ayer, que vivas el ahora, y que no pienses en el mañana. Arranqué la venda de tus ojos, la rasgué con furia, la tiré, la pisé con todo el odio que aquel tenebroso lugar acumuló en mí. Tus ojos brillaban como rubíes. Tu alma pedía a gritos ser liberada... tu fe, aquella que pensaste nunca tener pero que estaba encerrada en un cajón, volvió.
Nos miramos como dos desconocidos, tratando de encontrar algo en la mirada que nos diga que hacer.
Vimos el río y no lo pensamos. Me sonreíste "Mañana será otro día". Nadamos por aquel remolino de sentimientos, nadamos por todo lo que habíamos sufrido, nadamos en lo que fue producto de nuestro llanto. Pedíamos poco. Solo sentarnos sin dolor, y dejar de jugar a los dados con la vida... dejar de jugar al póker con la muerte.
Salimos del bosque y vos eras vos, pero yo no existía más. "Tu cielo siempre será negro, tu sol caerá, y con el caerá tu esencia" Recordé sus palabras, pero también recordé que mi cielo siempre fue negro, mi sol cayó hace tiempo, y mi esencia ya no estaba en pié.
Nunca volveré a ser yo, porque ahora mi cielo es azul, mi sol sale cada día, y mi esencia da batalla a la desgracia todos los días de mi vida.
"Caminemos" pero esta vez de la mano. Tus ojos ya no tenían sangre, en mis ojos ya no había tristeza.



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